Y qué quieres que te diga, Alfonso, que no sepas.
Cuando Carlos Herrera en su pregón que la vida
es una lenta cofradía, compuso la metáfora
más hermosa y certera que jamás nadie
había escrito sobre un cofrade. Y después
de tantos momentos buenos y malos, duros y livianos,
alegres y tristes, la cofradía siempre llega
a su fin. Y vuestro padre, amigo, ya tuvo su recogía
y disfruta ya de la presencia luminosa de un Dios que
no necesita candelerías, pero sí quiso
junto a sí a su encendedor aquí en la
Tierra.
Fue un buen hombre, sin duda. Desde pequeño,
lo recuerdo siempre en la delantera del paso de Cristo
Rey. Serio, callado, con el oficio solemne de quien
sabe a Quién trabaja. Así lo vi desde
mi primer Domingo de Ramos hasta éste último
en un derroche de constancia, fidelidad, amor y compromiso
para con su cofradía, en unos tiempos en los
que esos términos parecían haber desaparecido
para el resto de los cofrades.
Esa es, y lo sabes, la mejor herencia que os ha legado
tu padre. Su más valioso tesoro: el amor invariable,
duradero –ahora infinito- de tu padre hacia Dios,
hacia Cristo Rey y hacia su cofradía lasaliana.
Aceptar y asumir ese compromiso, haciendo de vuestra
vida una continuación del compromiso que vuestro
padre os inculcó desde pequeños es, sin
lugar a dudas, la mejor forma de honrar su memoria.
De algún modo, él seguirá así
vivo en vosotros. Vivo en su Hermandad. Nunca olvidéis
la forma en la que os hizo cofrade a tu hermano Ángel
y a ti. Su forma de vestiros de nazarenos, de llevaros
ante las Imágenes, de rezar con vosotros. Sus
ojos brillantes por la emoción al veros de costaleros
y ver vestida de monaguillo a sus nietos, mientras tres
generaciones de Téllez se entregaban al sueño
albiceleste de cada Domingo de Ramos.
Por todo eso me veo a pedirte hoy disculpas, Alfonso
–y a Ángel, tu hermano-. Porque el homenaje
o recuerdo que me pedías para tu padre en esta
página no me corresponde a mí sino a vosotros.
Tenéis toda una vida –la que él
os dio- por delante para hacerlo, convirtiéndoos
en lo que él fue: un buen cofrade, un buen padre,
un buen hombre. El mejor encendedor que tuvo Cristo
en la Tierra.