Pues eso. Que les contaba yo en el primer artículo
la opinión que en mí suscitaba el primer
artículo que publicó un señor acerca
de la Coronación Canónica del Valle y
ahora en el segundo pretendo hacer más o menos
lo mismo. Más o menos, que no igual. Que total.
Ya ha pasado algún tiempo y los ánimos
caducan, y ahora más que ponerme flamencote me
apetece recobrar un poquito las maneras y finiquitar
el asunto con algo más de seriedad. El asunto,
a fin de cuentas, lo merece.
No sorprende, en absoluto, el derroche de demagogia
en el segundo post o como se llamen las entradas del
blog del periodista sin periódico, porque de
eso ya hubo de sobra en el primero al que hice referencia.
Sorpende algo más que en el segundo se incline
por adoptar una postura cuasi catequética, explicándonos,
con solemnes citas bíblicas incluidas, cuál
es el cristianismo verdadero, el puro, el esencial,
el suyo. Tan divino y celestial que al cerrar los ojos,
dice, ve a la Virgen María de cháchara
con su prima. Posicionamiento desde el que luego, generosamente,
se digna a explicarnos bien eso de la fe y la devoción
a las imágenes, para enseñarnos a los
cofraditos de esta ciudad las diferencias entre eso
y la superstición fanática y la idolatría.
Recordándonos, astutamente, que las Imágenes
son de madera, y no son la Virgen en persona. Argumento
ante el cual, nosotros los cofrades deberíamos
sucumbir y reaccionar para salir del error, alumbrados
por la ilusión del descubrimiento del camino
correcto que él nos señala.
Lo que pasa es que hay días y días. Y
a mí cuando lo leí no me cogió
con ganas de tragarme todo eso. Y hoy, que escribo esto,
pues tampoco. Ya ven. No coló, ni cuela. Entre
otras porque voy siendo perro viejo -canoso, con achaques
y cascarrabias- en esto de las cofradías, y lo
de confundir idolatría con devoción o
viceversa sé de sobra que estará a la
mano de cualquiera, pero no de un cofrade. Al menos
de un cofrade que merezca ser llamado tal. Otra cosa
es que visto desde fuera la cosa se antoje confusa.
Pero es la propia ignorancia del observador ajeno la
que difumina y vuelve borrosa la realidad que contempla,
y no al revés.
El asunto, en cambio, es más sencillo. Del mismo
modo que, en efecto y de acuerdo al dramático
ejemplo puesto por él mismo, a la gente le mola
tener la foto de su difunta madre, esposa o lo que se
tercie en el marco más digno conforme a sus posibilidades,
le mola lo de coronar a Vírgenes, regalarle bordados
y brochecitos de oros y cosas así. No porque
imaginen que eso les va a reportar un número
determinado de favores materiales tangibles (salud,
dinero, trabajo, etcétera) sino porque sienten
esa pequeña obligación que en esta tierra
se ha tenido siempre por honrar la memoria de los ancestros,
entre los que cada cada cofrade incluye, sin lugar a
dudas, a Jesús y María. Es más
eso que lo otro, porque lo otro es más propio
de gilipollas y aquí seremos cualquier cosa pero
no gilis. O no tan.
Donde desisto de entrar es en ese alegato progre en
contra de la Iglesia. Eso de luchar por los rechazados
de una Iglesia cruel y apartada de su verdadero sentido
y todo eso. Ya saben. La Iglesia que margina, la que
esclaviza y atonta, la que oprime y coarta. La misma
milonga de siempre, superada desde hace mucho a niveles
teológicos y filosóficos. E históricos,
sobre todo desde que la caida de los regímenes
socialistas puso en jaque a todo el pensamiento posmodernista.
Del daño que esas versiones, sobre todo las más
maleadas y demagogas han hecho y hacen en el seno de
la Iglesia, nos ocuparemos en otro artículo,
si gustan.
Así que bueno. A pesar del gesto noble y generoso
que ha tenido el amiguete periodista en reconducirnos
por el buen camino, le tengo que decir que nones. Que
puesto a reconducir a ovejas descarriladas opte por
mirarse al espejo y reconduzca allí lo que le
de la gana, porque las cofradías y los cofrades
ya nos las arreglamos la mar con nuestros siglos de
Historia y de Iglesia y con nuestro barroquismo tan
andaluz y tan popular que lo mismo te Corona Vírgenes
que llena las calles y las Iglesias en torno a un Crucificado.
Nos va divinamente sin periodistas sin periódicos
que, presos de la ignorancia, olvidan todo eso.