Hace unos días se puso flamenco
un periodista sin periódico y endiñó
una rajada de categoría -de poca- acerca de la
coronación y de lo inapropiado de la misma. Con
la crisis que hay, decía, se nos debería
caer la cara de vergüenza a los cofrades. Y a la
Iglesia, faltaría más. Por fariseos y
malos, malosos, nos deberían dar trastrás.
Y luego, viendo la que ha liado con tanta estupidez
-porque dos folios de estupideces dan para un rato-,
-ha escrito otro para matizar algunas cosas y suavizar
el tono- -ahora resulta que es cofrade, el tío-
para tranquilizar a las masas. Ofreciendo un discurso
mucho más rebajado de tono, más amistoso.
Y más estúpido, si cabe. Así que
animado ante un corderito con piel de lobo me he propuesto
entrarle en danza y responderle aquí largo y
tendido, con dos artículos. Bien puestos.
En realidad el primero no es muy original.
La misma demagogia de siempre aliñada con la
misma ignorancia de siempre, para decir la misma pamplina
de siempre. Un tradicionalista, después de todo,
el periodista sin periódico. Además, como
buen periodista, imparcial a más no poder, como
pueden figurarse. Bien formado e informado. Culto a
rabiar, para escribir de cosas tan complejas y desfasadas,
alejadas ya de la gente moderna como él. Por
eso no termino de entender que alguien tan guay, y tan
moderno y tan alineado con el progreso -esto, por si
no lo pillan, lleva su intringulis-, vea la necesidad
de aclarar, por ejemplo, que a la que hoy se le ha ceñido
una corona en sus sienes no es la Virgen María
en persona, sino una estatua -Imagen hubiera sido algo
más refinado, acertado, correcto- de madera.
Que a la Virgen, dice, no la coronan. Sin plantearse
si quiera que lo de hoy no es más que una manifestación
pública de algo que ya hizo la Iglesia hace muchos
siglos y que aún antes hizo Dios: proclamar a
la Virgen como Reina de los Cielos y la Tierra, Reina
de Todos nosotros y honrar esa realeza del modo en que
nuestro pueblo, andalucía, acostumbra a hacerlo:
con ese barroquismo esencial del que empapamos nuestra
vida entera y que en las cosas de la religiosidad popular
pasamos por el tamiz del romanticismo decimonónico.
Un desliz, supongo. Una perogrullada así, supongo,
le pasa a cualquiera.
Más enjundia tiene, en cambio,
cuando precisa que “el ayuntamiento de Jerez,
socialista -fina precisión aquí, despojada
de toda parcialidad- ha aumentado este año la
dotación de dicho Comedor, a 46.000 euros, dinero
recogido de los impuestos de toda la ciudadanía
jerezana”, en los que no duda a incluir a esos
mártires de la libertad y del progreso de Hoy,
víctimas de esa inquisitorial Iglesia ¿la
otra, supongo, no la del comedor del Salvador-, reuniendo
en el mismo saco a homosexuales y a padres cuyos hijos
asisten a ese adoctrinamiento barato que se llama Educación
para la Ciudadanía. Y advierte que 46000 no son
suficientes, pero que a fin de cuentas el Ayuntamiento
no es de la Iglesia. Y ahí es donde mete la pata,
otra vez, hasta el corvejón. Porque no es cuestión
de que el Salvador sea o no del Ayuntamiento. Gracias
a Dios no lo es. La cuestión más bien
es que a quienes atiende el Salvador son los pobres
a los que un gobierno municipal socialista ¿el
mismo que tan bien puntualizaba antes-, un gobierno
autonómico también socialista y un gobierno
nacional también socialista dejan desamparados
en la calle; no al revés. Unos pobres que sólo
en la Iglesia Católica, y en quienes se sienten
miembros de ellas, encuentran una ayuda eficaz y contundente,
ayudando a quienes lo necesitan, sin distinguir entre
si llevan o no a sus hijos a lo de Educación
para la Ciudadanía o si prefieren carne o pescado
en las cosas del hola qué tal. Se ayuda a quien
lo necesita, a niveles tan básicos como dar comida,
cama y aseo. Que hay jerezanos que tienen hambre, y
sinvergüenzas en el Consistorio, en la Junta y
en el gobierno que no saben ni escribir esa palabra
y son, a la sazón, los últimos responsables
de esa injusticia.
Y luego, claro, está lo de la
canallada de intentar volver a separar el hecho de la
religiosidad popular del pueblo y de lo religioso. De
politizarlo todo, de dar la pirueta precisa para deslegitimar
y hacer daño a una Iglesia que sigue estando
demasiado cerca de la gente. Olvidando maliciosamente
que es precisamente esa gente, ese pueblo que luego
abanderan para sus causas trasnochadas el mismo que
corona hoy a la Virgen a través de su advocación
del Valle. Ese mismo pueblo que sufre la crisis y la
poca vergüenza de unos políticos analfabetos
que llevan condenando a esta tierra a la miseria y al
subdesarrollo, cortándole las salidas posibles
con una educación media y universitaria hundida
en la media europea. Ese pueblo que en la coronación
de su Virgen tienden nuevos lazos a la esperanza y al
consuelo para superar el dolor y la angustia de vivir
en una tierra condenada a las coronas de espinas por
fariseos y tunantes. Y por la gente siempre dispuesta
a remar en la misma dirección que los poderes
públicos, por si entre boga y boga pueden trincar
algo.