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Al periodista sin periódico (I)
José Antonio Dominguez Mateos
nene@jerez.es

Hace unos días se puso flamenco un periodista sin periódico y endiñó una rajada de categoría -de poca- acerca de la coronación y de lo inapropiado de la misma. Con la crisis que hay, decía, se nos debería caer la cara de vergüenza a los cofrades. Y a la Iglesia, faltaría más. Por fariseos y malos, malosos, nos deberían dar trastrás. Y luego, viendo la que ha liado con tanta estupidez -porque dos folios de estupideces dan para un rato-, -ha escrito otro para matizar algunas cosas y suavizar el tono- -ahora resulta que es cofrade, el tío- para tranquilizar a las masas. Ofreciendo un discurso mucho más rebajado de tono, más amistoso. Y más estúpido, si cabe. Así que animado ante un corderito con piel de lobo me he propuesto entrarle en danza y responderle aquí largo y tendido, con dos artículos. Bien puestos.

En realidad el primero no es muy original. La misma demagogia de siempre aliñada con la misma ignorancia de siempre, para decir la misma pamplina de siempre. Un tradicionalista, después de todo, el periodista sin periódico. Además, como buen periodista, imparcial a más no poder, como pueden figurarse. Bien formado e informado. Culto a rabiar, para escribir de cosas tan complejas y desfasadas, alejadas ya de la gente moderna como él. Por eso no termino de entender que alguien tan guay, y tan moderno y tan alineado con el progreso -esto, por si no lo pillan, lleva su intringulis-, vea la necesidad de aclarar, por ejemplo, que a la que hoy se le ha ceñido una corona en sus sienes no es la Virgen María en persona, sino una estatua -Imagen hubiera sido algo más refinado, acertado, correcto- de madera. Que a la Virgen, dice, no la coronan. Sin plantearse si quiera que lo de hoy no es más que una manifestación pública de algo que ya hizo la Iglesia hace muchos siglos y que aún antes hizo Dios: proclamar a la Virgen como Reina de los Cielos y la Tierra, Reina de Todos nosotros y honrar esa realeza del modo en que nuestro pueblo, andalucía, acostumbra a hacerlo: con ese barroquismo esencial del que empapamos nuestra vida entera y que en las cosas de la religiosidad popular pasamos por el tamiz del romanticismo decimonónico. Un desliz, supongo. Una perogrullada así, supongo, le pasa a cualquiera.

Más enjundia tiene, en cambio, cuando precisa que “el ayuntamiento de Jerez, socialista -fina precisión aquí, despojada de toda parcialidad- ha aumentado este año la dotación de dicho Comedor, a 46.000 euros, dinero recogido de los impuestos de toda la ciudadanía jerezana”, en los que no duda a incluir a esos mártires de la libertad y del progreso de Hoy, víctimas de esa inquisitorial Iglesia ¿la otra, supongo, no la del comedor del Salvador-, reuniendo en el mismo saco a homosexuales y a padres cuyos hijos asisten a ese adoctrinamiento barato que se llama Educación para la Ciudadanía. Y advierte que 46000 no son suficientes, pero que a fin de cuentas el Ayuntamiento no es de la Iglesia. Y ahí es donde mete la pata, otra vez, hasta el corvejón. Porque no es cuestión de que el Salvador sea o no del Ayuntamiento. Gracias a Dios no lo es. La cuestión más bien es que a quienes atiende el Salvador son los pobres a los que un gobierno municipal socialista ¿el mismo que tan bien puntualizaba antes-, un gobierno autonómico también socialista y un gobierno nacional también socialista dejan desamparados en la calle; no al revés. Unos pobres que sólo en la Iglesia Católica, y en quienes se sienten miembros de ellas, encuentran una ayuda eficaz y contundente, ayudando a quienes lo necesitan, sin distinguir entre si llevan o no a sus hijos a lo de Educación para la Ciudadanía o si prefieren carne o pescado en las cosas del hola qué tal. Se ayuda a quien lo necesita, a niveles tan básicos como dar comida, cama y aseo. Que hay jerezanos que tienen hambre, y sinvergüenzas en el Consistorio, en la Junta y en el gobierno que no saben ni escribir esa palabra y son, a la sazón, los últimos responsables de esa injusticia.

Y luego, claro, está lo de la canallada de intentar volver a separar el hecho de la religiosidad popular del pueblo y de lo religioso. De politizarlo todo, de dar la pirueta precisa para deslegitimar y hacer daño a una Iglesia que sigue estando demasiado cerca de la gente. Olvidando maliciosamente que es precisamente esa gente, ese pueblo que luego abanderan para sus causas trasnochadas el mismo que corona hoy a la Virgen a través de su advocación del Valle. Ese mismo pueblo que sufre la crisis y la poca vergüenza de unos políticos analfabetos que llevan condenando a esta tierra a la miseria y al subdesarrollo, cortándole las salidas posibles con una educación media y universitaria hundida en la media europea. Ese pueblo que en la coronación de su Virgen tienden nuevos lazos a la esperanza y al consuelo para superar el dolor y la angustia de vivir en una tierra condenada a las coronas de espinas por fariseos y tunantes. Y por la gente siempre dispuesta a remar en la misma dirección que los poderes públicos, por si entre boga y boga pueden trincar algo.


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