Lo saben hasta las viejas piedras de
la Ermita de San Telmo, esas que bien lo conocen. Las
mismas, que cada noche lo abrazan en la intimidad del
templo transformándose en vela robusta y firme,
que pueda aguantar el temporal de esta frágil
barquita marinera.
Lo notan en el ambiente, y es que a pesar de parecerse
todo a esos momentos de las grandes citas (la hora de
rigor, sus hermanos y la gente de siempre), hay algo
que lo hace distinto del resto de ocasiones. Y ese algo
es el Cristo. No es el mismo, se le puede ver hundido
en la cruz, más clavado que nunca, y eso que
lleva ya unos años morando por las Playas y el
Campillo.
Tiene el rostro abatido, y es que una vez más,
el Cristo de los hombres, por los hombres vuelve a expirar.
Su ojo sufriente, claro como la luna, ya enseña
la oscuridad que atraviesa su corazón. Un corazón
que no es de piedra, entre piedras que saben de sentimientos.
Hoy, no es esa figura triunfante que se yergue sobre
el madero, sino que sufre sin consuelo un destino, que
no por sabido, deja de ser doloroso.
El Cristo se siente solo y está llorando. Se
encuentra naufragando entre lágrimas, porque
se están llevando a su madre. Ella, que es valle
en su vida, y en la muerte, regazo y compañía,
por primera vez no lo tendrá junto a sí
mientras se muere.
Y es que el Cristo no entiende lo que está pasando,
sólo sabe que se muere a chorros, que las heridas
están cada vez más abiertas y que se desangra
sin contemplación.
No comprende lo que ha escuchado decir a sus hijos
de que "quieren ponerla guapa", de que "van
ha hacer una gran fiesta en su honor", y de que
"le van a regalar lo más valioso que tienen,
y lo que más la puede honrar y alegrar como lo
que es, Madre de Dios y Madre de todos los hombres."
No recuerda el Cristo, ni cuando ni donde dijo aquello
a sus hijos, en cambio, lo que si recuerda es cuando
les pidió que si querían llegar al Padre,
se acercaran a la figura de María siguiendo su
ejemplo.
Entonces…, si Él les dejó esa gran
enseñanza…, ¿por qué los
hombres en vez de caminar tras la Reina del Cielo, se
empeñaban en tirar de Ella, proclamándola
Reina, pero de la Tierra?.
Todo eso, no hacía más que provocar muerte
a un Cristo, que cada vez se sentía más
alejado de todo lo que le rodeaba.
La melena, pegada al cuerpo, iba quedando ahogada en
un sudor frío.
Ya se llevaron a María, y en los espacios vacíos
de unas piedras casi sin vida, en silencio, quedó
el Cristo, muerto. A la esperanza de que como antes,
por los hombres y con ellos, pudiera de nuevo, Resucitar.