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Está Triste el Cristo de la Expiración
Francisco Javier Saborido Berraquero

Lo saben hasta las viejas piedras de la Ermita de San Telmo, esas que bien lo conocen. Las mismas, que cada noche lo abrazan en la intimidad del templo transformándose en vela robusta y firme, que pueda aguantar el temporal de esta frágil barquita marinera.

Lo notan en el ambiente, y es que a pesar de parecerse todo a esos momentos de las grandes citas (la hora de rigor, sus hermanos y la gente de siempre), hay algo que lo hace distinto del resto de ocasiones. Y ese algo es el Cristo. No es el mismo, se le puede ver hundido en la cruz, más clavado que nunca, y eso que lleva ya unos años morando por las Playas y el Campillo.

Tiene el rostro abatido, y es que una vez más, el Cristo de los hombres, por los hombres vuelve a expirar. Su ojo sufriente, claro como la luna, ya enseña la oscuridad que atraviesa su corazón. Un corazón que no es de piedra, entre piedras que saben de sentimientos.

Hoy, no es esa figura triunfante que se yergue sobre el madero, sino que sufre sin consuelo un destino, que no por sabido, deja de ser doloroso.

El Cristo se siente solo y está llorando. Se encuentra naufragando entre lágrimas, porque se están llevando a su madre. Ella, que es valle en su vida, y en la muerte, regazo y compañía, por primera vez no lo tendrá junto a sí mientras se muere.

Y es que el Cristo no entiende lo que está pasando, sólo sabe que se muere a chorros, que las heridas están cada vez más abiertas y que se desangra sin contemplación.

No comprende lo que ha escuchado decir a sus hijos de que "quieren ponerla guapa", de que "van ha hacer una gran fiesta en su honor", y de que "le van a regalar lo más valioso que tienen, y lo que más la puede honrar y alegrar como lo que es, Madre de Dios y Madre de todos los hombres."

No recuerda el Cristo, ni cuando ni donde dijo aquello a sus hijos, en cambio, lo que si recuerda es cuando les pidió que si querían llegar al Padre, se acercaran a la figura de María siguiendo su ejemplo.

Entonces…, si Él les dejó esa gran enseñanza…, ¿por qué los hombres en vez de caminar tras la Reina del Cielo, se empeñaban en tirar de Ella, proclamándola Reina, pero de la Tierra?.

Todo eso, no hacía más que provocar muerte a un Cristo, que cada vez se sentía más alejado de todo lo que le rodeaba.

La melena, pegada al cuerpo, iba quedando ahogada en un sudor frío.

Ya se llevaron a María, y en los espacios vacíos de unas piedras casi sin vida, en silencio, quedó el Cristo, muerto. A la esperanza de que como antes, por los hombres y con ellos, pudiera de nuevo, Resucitar.


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