Como dejarles únicamente con
la pamplina de Cofradías y tardes grises me iba
a dejar con un cargo de conciencia terrible y a ustedes
con un dolor de cabeza y unas náusas no menos
espantosas, voy a intentar empatar la jugada con un
par de líneas que tengan algo más de enjundia
y menos de ñoñería. Algo más
salado, para deshacer el dulzor empalagoso que haya
podido dejar el otro. Así que, si me permiten,
me pongo a ello.
Supongo que estarán al tanto, y si no se lo
digo yo, de cierta investigación acerca de nuestra
Semana Santa en tiempos de la Segunda República
que me sumergió durante algún tiempo en
los archivos de la ciudad y de las hermandades en búsqueda
de documentos de base sobre los que estructurar el trabajo
final. Y ocurre a menudo, en esto de la investigación
histórica, que uno va encontrando conexiones
con las que no contaba en un principio, hechos que te
llevan a otros más contemporáneos y te
ayudan a trazar un hilo de causalidad que terminan por
sugerirte algunas explicaciones interesantes para cuestiones
actuales. Por ejemplo, la tan comentada crisis de costaleros
sólo se entiende en toda su dimensión
cuando, paseando por las lecturas adecuadas y asomados
a los documentos oportunos, descubrimos lo difícil
que resultó siempre instaurar un oficio propio
de entornos industriales y urbanos en una ciudad muy
ruralizada y de economía mayoritariamente agraria;
en la que, además, de propina, la costalería
se vió pronto (apenas 4 décadas después
de su aparición en nuestra ciudad) arrancada
de las manos de los profesionales con la implantación
de las cuadrillas de hermanos, quizás de forma
excesivamente prematura.
Otro ejemplo. La herencia detestable que nos han legado
un pasado excesivamente vinculados a terceros poderes
económicos ajenos a las cofradías, dependiendo
de su mecenazgo siempre interesado, puestos a su merced,
dispuestos siempre a pararle el paso ante la puerta
del señorito, a ponerle las flores que él
diga, a hacer lo que a él le salga de las narices.
Hoy, décadas después, soterrado aquél
mundo deplorable de servilismo estúpido y degradante,
pagamos caro el crecimiento artificial de nuestro patrimonio
y nuestra Semana Santa al calor de aquel abono económico
que llovía desde fuera. Hoy, incapaces de sostener
un patrimonio que jamás hubieramos podido tener
sin el favor ?interesado siempre, repito? del mecenas
de turno, no encontramos otra solución que la
de acudir a un nuevo mecenas ?Ayuntamiento, por mencionar
al más recurrido? con la sonrisita dibujada en
los labios y las palmas de las manos hacia arriba, paradójicamente
mendigos por grandeza, pedigüeños de una
limosna en pos de una Semana Santa de postín.
Todo eso está ahí, en los libros, en
los documentos, en las bibliotecas y archivos. Porque
nuestro presente y aun nuestro futuro hunden sus raíces
en la historia y en el pasado. Que lo que pasa hoy,
en cualquier ámbito de la vida, se puede comprender
mejor si atendemos a qué ocurrió ayer.
Porque, déjenme que se lo recuerde, por si alguien
lo ha olvidado, pensar que los problemas de las cofradías
en la actualidad son algo inexplicable, repentino, sin
causa aparente, no es más que un burdo intento
de zafarse de asumir la culpa de la que todos participamos,
en mayor o menor medida. Respuestas, como ven, hay.
Sólo hay que tener ganas de saberlas. Y contarlas.