Madrid, mes de mayo. Un frío soprendente para
estas fechas, aguaviento desagradable que cala mi mal
prevista ropa primaveral y un humor de perros tan gris
como el día que le da un color ceniza a la atmósfera
de la ciudad. Al mal tiempo, buena cara. Y si la cara
tampoco es buena, pues buen sonido o buena ambientación.
Total, que decido tirar de archivo sonoro y dejarme
llevar por la imaginación un rato, en busca de
sensaciones más gratas. Busco en el cacharro
este que me sirve para escuchar música y tal
y tropiezo con unos programas de radio descargados que
no sabía que guardaba el dichoso aparatito. Los
descarga solo, el muy salado. Miro la pantalla sorprendido
y descubro que se trata de un programa de cofradías
de Sevilla. El llamador, de Canal Sur. Y me digo que
bueno, que más vale tarde que nunca, y le doy
al botón de reproducción dispuesto a calzarme
un programilla de esos de balance de Semana Santa, donde
la gente acude para dar su opinión con mucha
palabra docta, y mucha cátedra por sentar y te
dicen los problemas que ha habido y las soluciones que
hay que poner, etcétera. En fin, me dije. Una
hora escuchando hablar de cofradías puede ser,
tal y como está hoy el día, un buen entretenimiento.
Puede que aquél día cualquier tontería
que hubiera salido por aquellos auriculares hubiera
mejorado el lamentable ambiente que se vivía
por aquí. Quién sabe. Pero la cosa es
que salió eso que les he dicho y, en efecto,
el asunto cambió de color. Reviví algunos
momentos de la Semana Santa sevillana trajeron de golpe
un torrente de imágenes vividas no sólo
la Semana Santa pasada, sino muchas otras y no sólo
de Sevilla ?hay momentos universales de esos que tienen
las cofradías, una revirá, una levantá,
una llamá emocionada de un capataz a sus costaleros,
una salida, que lo mismo puede haber sido en aquella
ciudad o en Jerez o en vaya usted a saber dónde?,
que uno conserva en la trastienda de la memoria y afloran
cuando se toca la tecla acertada de los sentimientos
dormidos. Así, al poco, mis sentidos decidieron
alejarse de aquél día gris y sumergirse
de pleno en un tiempo en que el azahar, el incienso
y el murmullo respetuoso de la masa contemplando cofradías
inundaban los sentidos. Y cuando ya una sonrisa asomaba,
de puro placer, en la comisura de mis labios, dio comienzo
una tertulia distendida sobre la problemática
costalera en Sevilla ?allí hablan de problemática
los tíos, los muy exagerados; qué dirían
si vivieran en Jerez…?, con gente de oficio de
por medio; nada de iluminados que hablan sin conocer
la materia, que lo mismo te dogmatizan seriamente sobre
cómo poner las flores que sobre cómo se
ha de interpretar una composición determinada.
Gente cabal que exponían sus visiones del asunto
del modo más natural y sencillo, dándole
a uno ganas de coger el teléfono y llamar a la
cadena para participar en directo del debate de un programa
que fue emitido hace ya un mes.
Y así fue, colorín colorado, como una
tarde gris de un mayo que quiso vestirse de noviembre,
terminó siendo una maravillosa tarde primaveral
de ambiente cofrade, gracias a la fuerza de las palabras,
las cornetas, el incienso y el azahar, conjurada por
la magia de la radio. Y si hoy les escribo este absurdo
artículo es porque el día vuelve a frío,
el cielo plomizo, la lluvia pertinente y fría
y mi humor tan gris como la luz sucia que hoy se derrama
sobre Madrid. Y porque escribiendo esto acabo de echar,
como quien no quiere la cosa, un buen rato hablando
de cofradías y soñando con lo pasado y
con lo que tanto me gusta, dándole de paso otro
quiebro a una nueva tarde de primavera insulsa y triste
que tienen estas tierras.