Hay revolucionarios sin revolución
que necesitan sentir útil y activa su rebeldía
a toda costa y sin mucho riesgo. Gente que necesita
sentirse en oposición radical con el resto del
universo del que esperan no una mejora, sino su destrucción
y sustitución por otro más justo, más
bonito más ideal. Justo, bonito e ideal para
ellos, claro. Su universo. A sabiendas, claro, que es
una empresa condenada al fracaso pero que, entretanto,
les permite aparentar esa rebeldía más
falsa que Judas. Que es una forma como otra cualquiera
de ganarse el pan. El problema sobreviene, sin llegar
nunca a sorprender, cuando esos chés de medio
pelo, esos fideles de aquí, sin valor para montarse
por lo grande una revolución como Dios manda,
con sus guerrilleros, sus muertos, sus héroes
acribillados, sus vivas a los camaradas caídos,
hambre y frío mientras se canta la internacional
con el puño en alto con dos cojones y un kalashnikov
colgado a la espalda, se ponen a actuar de mosca cojonera,
que es más cómodo que tirarse al monte
y a la revolución, cometiendo la indecencia de
venderse como auténticos héroes de la
resistencia contra nosequé.
En esta ocasión le ha tocado a la Hermandad
del Soberano Poder soportar el incordioso moscardeo
a cuenta de unos terrenos que el Ayuntamiento ha permutado
con la cofradía de La Granja –que traguen
quina los que les joda leer eso de “de la Granja”–,
en un cambio más que ventajoso para el ente público,
a cambio de otros que ésta gestionaba en otra
zona de la ciudad. Pero se da la circunstancia de que
pesaba sobre esos terrenos un compromiso adquirido por
el mismo Ayuntamiento para construir otro parque público
a petición de un grupo de vecinos. Pero claro.
Limitar la reclamación a solventar el asunto
de repartir dos veces el mismo terreno con el gobierno
local que es quien ha cometido el error, montándoles
la bronca allí, en el edificio de los arquitos
de Arenal, o en Consistorio, hubiera sido un ejercicio
de extrema coherencia. Algo impensable, para esos panchovillas
que aquí nos nacen de debajo de las piedras cada
vez que huelen la posibilidad de montar jaleo, corriéndoles
el veneno colmillos abajo al conocer que, de propina,
tenemos a la Iglesia en el mismo guiso. Así que
de reclamar de manera lógica ni mijita. Mejor
atacar directamente a la Hermandad –a la Iglesia,
que es lo mismo–, que se ha visto inmersa en todo
este asunto sin comerlo ni beberlo. Y para encauzar
el ataque nada como una buena andanada de estupideces,
por si cuela alguna y se tercia el daño. Que
igual sí. Por ejemplo, vendiendo la moto de que
las Hermandades, la Iglesia, de nuevo se alinean con
los poderes en contra del pueblo llano y tal. De los
trabajadores, para luego, en base a eso, montar el discurso
zafio, inconexo y contradictorio –atacan ferozmente
el enchufismo cofrade en el Ayuntamiento mientras exigen
por otro lado, rotos de ira, la readmisión de
algunos de ésos–.
Y bueno. Ya les dije en otro artículo, –
Carta abierta a la Alcaldesa, I y II–, que soy
ciudadano demócrata, de izquierdas, hijo y nieto
de obreros, cofrade y vecino de la Granja desde hace
27 años que son los que tengo. Por eso sé
que intentar separar las cofradías del pueblo
no es más que un intento vil y canalla de intentar
hacer daño a la Iglesia por parte de algunos
que no tienen agallas de ir a levantar la perdiz del
oprobio allí donde debieran: los despachos de
tanto y tanto sinvergüenza sindicalista que montándose
el rollo de velar por el trabajo de los demás
logró no tener jamás uno para él,
a la del político corrupto y miserable que mangonea
ladrillos, cemento y dinero con la indiferencia del
que sabe que no son suyos porque lo suyo ya lo trincó
antes, a la de los becerros que manipulan nuestra educación
y nos hacen más imbéciles y más
desmemoriados. Al final no conseguirán nada en
sus reclamaciones y montarán otra ciscarda allí
mismo o en cualquier otra parte, continuando la rentable
falacia de la rebeldía siempre encendida. Creyéndose
actores de una revolución, sin saber –o
sabiendo, que es más grave– que todas las
revoluciones ya quedaron hechas y fracasadas en el pasado.