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Revolucionarios sin revolución
José Antonio Dominguez Mateos

Hay revolucionarios sin revolución que necesitan sentir útil y activa su rebeldía a toda costa y sin mucho riesgo. Gente que necesita sentirse en oposición radical con el resto del universo del que esperan no una mejora, sino su destrucción y sustitución por otro más justo, más bonito más ideal. Justo, bonito e ideal para ellos, claro. Su universo. A sabiendas, claro, que es una empresa condenada al fracaso pero que, entretanto, les permite aparentar esa rebeldía más falsa que Judas. Que es una forma como otra cualquiera de ganarse el pan. El problema sobreviene, sin llegar nunca a sorprender, cuando esos chés de medio pelo, esos fideles de aquí, sin valor para montarse por lo grande una revolución como Dios manda, con sus guerrilleros, sus muertos, sus héroes acribillados, sus vivas a los camaradas caídos, hambre y frío mientras se canta la internacional con el puño en alto con dos cojones y un kalashnikov colgado a la espalda, se ponen a actuar de mosca cojonera, que es más cómodo que tirarse al monte y a la revolución, cometiendo la indecencia de venderse como auténticos héroes de la resistencia contra nosequé.

En esta ocasión le ha tocado a la Hermandad del Soberano Poder soportar el incordioso moscardeo a cuenta de unos terrenos que el Ayuntamiento ha permutado con la cofradía de La Granja –que traguen quina los que les joda leer eso de “de la Granja”–, en un cambio más que ventajoso para el ente público, a cambio de otros que ésta gestionaba en otra zona de la ciudad. Pero se da la circunstancia de que pesaba sobre esos terrenos un compromiso adquirido por el mismo Ayuntamiento para construir otro parque público a petición de un grupo de vecinos. Pero claro. Limitar la reclamación a solventar el asunto de repartir dos veces el mismo terreno con el gobierno local que es quien ha cometido el error, montándoles la bronca allí, en el edificio de los arquitos de Arenal, o en Consistorio, hubiera sido un ejercicio de extrema coherencia. Algo impensable, para esos panchovillas que aquí nos nacen de debajo de las piedras cada vez que huelen la posibilidad de montar jaleo, corriéndoles el veneno colmillos abajo al conocer que, de propina, tenemos a la Iglesia en el mismo guiso. Así que de reclamar de manera lógica ni mijita. Mejor atacar directamente a la Hermandad –a la Iglesia, que es lo mismo–, que se ha visto inmersa en todo este asunto sin comerlo ni beberlo. Y para encauzar el ataque nada como una buena andanada de estupideces, por si cuela alguna y se tercia el daño. Que igual sí. Por ejemplo, vendiendo la moto de que las Hermandades, la Iglesia, de nuevo se alinean con los poderes en contra del pueblo llano y tal. De los trabajadores, para luego, en base a eso, montar el discurso zafio, inconexo y contradictorio –atacan ferozmente el enchufismo cofrade en el Ayuntamiento mientras exigen por otro lado, rotos de ira, la readmisión de algunos de ésos–.

Y bueno. Ya les dije en otro artículo, – Carta abierta a la Alcaldesa, I y II–, que soy ciudadano demócrata, de izquierdas, hijo y nieto de obreros, cofrade y vecino de la Granja desde hace 27 años que son los que tengo. Por eso sé que intentar separar las cofradías del pueblo no es más que un intento vil y canalla de intentar hacer daño a la Iglesia por parte de algunos que no tienen agallas de ir a levantar la perdiz del oprobio allí donde debieran: los despachos de tanto y tanto sinvergüenza sindicalista que montándose el rollo de velar por el trabajo de los demás logró no tener jamás uno para él, a la del político corrupto y miserable que mangonea ladrillos, cemento y dinero con la indiferencia del que sabe que no son suyos porque lo suyo ya lo trincó antes, a la de los becerros que manipulan nuestra educación y nos hacen más imbéciles y más desmemoriados. Al final no conseguirán nada en sus reclamaciones y montarán otra ciscarda allí mismo o en cualquier otra parte, continuando la rentable falacia de la rebeldía siempre encendida. Creyéndose actores de una revolución, sin saber –o sabiendo, que es más grave– que todas las revoluciones ya quedaron hechas y fracasadas en el pasado.


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