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Desde Fuera
José Antonio Dominguez Mateos

Hay días que a uno se le pone el ánimo tontorrón y se deja vencer por los recuerdos y la melancolía. Y hoy es uno de esos días. Acabo de hablar con Alfonso Téllez, paisano, costalero y amigo, que vive su particular exilio en Sevilla, y juntos hemos dado un paseo por la memoria en busca de buenos ratos vividos juntos o por separado en esto de las cofradías de Jerez. Desempolvamos viejas cogorzas, interminables tertulias de unos siempre geniales campamento de veranos, una Magna cogida con alfileres que logró ejecutarse con brillantez, y un largo etcétera que nos hizo sonreir a ambos de satisfacción por lo vivido.

En esas estábamos, de anécdota en anécdota, cuando Alfonso, con aire más seco y apagado, me confesó lo duro que se hacía renunciar a todo eso por un trabajo y un jornal. Lo complicado que es dejar tu casa, tu gente y tu suelo para ir a buscarte la vida a una tierra más fértil donde tener una familia y una vivienda digna no sean privilegio de cuatro enchufados, mientras se siente la angustia de saberse atado a un solar lejano del terruño que te vio nacer. Que Sevilla, Nene, será lo que tú quieras, decía. Pero mi vida cae lejos de aquí. Mi vida está en Jerez. O estaba, al menos, hasta que renuncié a ella.

En un primer momento intenté narrarle las excelencias de Sevilla, su potencial cofradiero, su grandeza histórica y cultural. Le dije, además, que por más que viniera a Jerez hay cosas y momentos que ya no se repetirán jamás. Que ya nuestra juventud envejeció y entregó el relevo a un a generación menos brillante y menos unida que la nuestra, que la costalería ha pasado a ser -está pasando a ser, en estos momentos– cosa de costaleritos de diseño con mucha ropa conjuntada, muchas cañas arriba y mucho video de Sevilla a la chepa; y que lo más brillante que alguien ha ideado desde lo de la Magna del 2000 fue una Magna de Palios, que ya es echarle ganas y originalidad al asunto. O sea, Alfonsito, le advertía. Que puestos a sopesar, igual ganas estando allí, que se aprende una barbaridad, hay procesiones cada semana y la gente se arrodilla aún ante el Santísimo, en procesión o en el Sagrario.

No me jodas, respondió. Agradezco el intento de animarme, pero no jodas con esa cantinela. Que no te hablo sólo de los recuerdos, sino de mucho más. De la familia, de las cervezas con los amigos de siempre en los bares de siempre, de las tertulias montadas en cualquier esquina, tras tropezar con cualquier cofrade conocido. Te hablo, Nene, de los ojos de mi Virgen de la Estrella y de la bendición que brota de la mano de su Hijo que es mi Padre. Te hablo de eso y de la angustia que es sentirse lejos de todo, fuera de tu verdadera casa. ¿Sabes?, me preguntó. Deberías escribir algo. Algo que hable de esto y de los que están como yo, que no son pocos y que en muchos casos tuvieron que irse mucho más lejos que yo.

Así que ya ven. Recogí el encargo y escribí la mitad de este artículo. La otra mitad la hizo Alfonso.


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