Hay días que a uno se le pone
el ánimo tontorrón y se deja vencer por
los recuerdos y la melancolía. Y hoy es uno de
esos días. Acabo de hablar con Alfonso Téllez,
paisano, costalero y amigo, que vive su particular exilio
en Sevilla, y juntos hemos dado un paseo por la memoria
en busca de buenos ratos vividos juntos o por separado
en esto de las cofradías de Jerez. Desempolvamos
viejas cogorzas, interminables tertulias de unos siempre
geniales campamento de veranos, una Magna cogida con
alfileres que logró ejecutarse con brillantez,
y un largo etcétera que nos hizo sonreir a ambos
de satisfacción por lo vivido.
En esas estábamos, de anécdota en anécdota,
cuando Alfonso, con aire más seco y apagado,
me confesó lo duro que se hacía renunciar
a todo eso por un trabajo y un jornal. Lo complicado
que es dejar tu casa, tu gente y tu suelo para ir a
buscarte la vida a una tierra más fértil
donde tener una familia y una vivienda digna no sean
privilegio de cuatro enchufados, mientras se siente
la angustia de saberse atado a un solar lejano del terruño
que te vio nacer. Que Sevilla, Nene, será lo
que tú quieras, decía. Pero mi vida cae
lejos de aquí. Mi vida está en Jerez.
O estaba, al menos, hasta que renuncié a ella.
En un primer momento intenté narrarle las excelencias
de Sevilla, su potencial cofradiero, su grandeza histórica
y cultural. Le dije, además, que por más
que viniera a Jerez hay cosas y momentos que ya no se
repetirán jamás. Que ya nuestra juventud
envejeció y entregó el relevo a un a generación
menos brillante y menos unida que la nuestra, que la
costalería ha pasado a ser -está pasando
a ser, en estos momentos– cosa de costaleritos
de diseño con mucha ropa conjuntada, muchas cañas
arriba y mucho video de Sevilla a la chepa; y que lo
más brillante que alguien ha ideado desde lo
de la Magna del 2000 fue una Magna de Palios, que ya
es echarle ganas y originalidad al asunto. O sea, Alfonsito,
le advertía. Que puestos a sopesar, igual ganas
estando allí, que se aprende una barbaridad,
hay procesiones cada semana y la gente se arrodilla
aún ante el Santísimo, en procesión
o en el Sagrario.
No me jodas, respondió. Agradezco el intento
de animarme, pero no jodas con esa cantinela. Que no
te hablo sólo de los recuerdos, sino de mucho
más. De la familia, de las cervezas con los amigos
de siempre en los bares de siempre, de las tertulias
montadas en cualquier esquina, tras tropezar con cualquier
cofrade conocido. Te hablo, Nene, de los ojos de mi
Virgen de la Estrella y de la bendición que brota
de la mano de su Hijo que es mi Padre. Te hablo de eso
y de la angustia que es sentirse lejos de todo, fuera
de tu verdadera casa. ¿Sabes?, me preguntó.
Deberías escribir algo. Algo que hable de esto
y de los que están como yo, que no son pocos
y que en muchos casos tuvieron que irse mucho más
lejos que yo.
Así que ya ven. Recogí el encargo y escribí
la mitad de este artículo. La otra mitad la hizo
Alfonso.