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Ejerciendo de Padrino
José Antonio Dominguez Matéos

No sé si a tu edad te tomarás las molestias que precisan la lectura de estas líneas, pero por si acaso aquí las tienes. Total. Si estás leyendo esto, es más que probable que hayas leído antes o vayas a leer luego ciertas opiniones que se han venido vertiendo sobre la figura de tu padre, con el exclusivo y cainita fin e dañar y mancillar su labor, su imagen, su persona. Y de propina, sacudir con la misma infamia a la Hermandad de la Cena, que es la suya, la tuya y la mía. Por eso te escribo hoy esto, Martín. Para ayudarte a comprender y digerir toda esta mierda. A fin de cuentas, como costalero de la Cena, soy padrino tuyo y no vengo más que a ejercer esa responsabilidad. Para advertirte de cuánta envidia cabe en los pechos de tanto hijoputa que anda por ahí suelto, con un teclado por delante.

Tu padre es de los mejores capataces que ha dado la ciudad en toda su historia costalera. Tú mismo lo descubres cada vez que te pones delante de un paso con él: cómo manda, como corrige errores, cómo convierte la disciplina en la mejor garantía del buen trabajo costalero, cómo es respetado y admirado por su gente dentro y fuera del paso… Pocos, muy pocos, saben dar sentido y profundidad al oficio del modo en que él lo hace y nadie como él sabe inculcar en sus hombres los valores que derivan de la costalería. Todo eso, repito, lo convierten en uno de los grandes de la costalería. Pero el destacar ante los ojos de todos lo convierte en irresistible cebo jugoso para los envidiosos y detractores, parásitos éstos que siempre tuvieron en esto de las cofradías su ecosistema favorito. De este modo, cada cofradía que le ha sido adjudicada ha supuesto un hito en la escalada de rencores venenosos que esos indeseables han ido padeciendo año tras años. No soportan que su presencia delante de un paso sea garantía certera de trabajo bien hecho, ni que sean sus cuadrillas las más reconocidas. Porque, precisamente todo eso de lo que ellos no forman parte, pone en evidencia su mediocridad e incapacidad para tratarse en los mismos parámetros. En otras palabras, arrastran un complejo de inferioridad galopante del que gustan aliviarse atacando aquello que más incide en su padecer: van contra lo bueno, porque les hace sentirse malos.

Así que ya sabes, Martín, ahijado. Tú, a lo tuyo. No hagas caso de las voces que culpan a tu padre de todo los males que sufren las cofradías. Si por ellos fuera, lo culparían de ser el responsable de la desaparición del anticiclón de las Azores, o de que la cera de Bellido manche los guantes de los nazarenos. Si acaso alguien te lo intentara hacer ver de ese modo, respóndele que tu padre y su gente son culpables, en todo caso, de que los pasos en silencio anden hoy tal y como andan, que todos levanten del modo en que lo hacen, que se arríe al primer golpe de martillo en la mayoría de pasos, que la inmensa mayoría de hermandades pongan sus misterios en la calle con compases de costeros, izquierdos y demás cambios, que la prevención y cuidado de la salud de los costaleros sea hoy tenida en cuenta del modo en que lo es, y de que, bien lo sabes tú, un servidor lleve diez años de costalero. Hecho éste por el que le estaré siempre agradecido y que intento corresponder, en la medida de mis posibilidades, con la misma amistad, nobleza y cariño que el me brindó siempre, como manda el oficio que tú ahora aprendes. Respóndeles eso, pero no te muestres ni orgulloso ni soberbio. Que en la envidia que los corroe ya tienen su merecido. Que se jodan solos.


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