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Carta abierta a la alcaldesa (y II)
José Antonio Dominguez Mateos

Señora alcaldesa:

Concluía la carta anterior reprochándole que su partido me hubiera convertido en un lastre para el avance y progreso del Estado. Lo hacía indignado, se lo juro. Pero ahora, con semana y media de por medio, le veo hasta la gracia, excelentísima. Porque la tiene. Da risa ver que ustedes –precisamente ustedes, con lo que sus gobiernos han supuesto para la dignidad política de este país– han descubierto la solución a los problemas de esta pobre España, vieja y decrépita. Ustedes solitos, iluminados por Nosequé –la Divina Providencia no será, supongo–, han visto la luz, eureka, y se disponen a dirigir el resto hacia la luz, más allá de la boca de la caverna en la que según ustedes España aún se encuentra por culpa, exclusivamente, de la religiosidad de su gente. Así que, como comprenderá, la risa me brota espontánea con este tema. Jajá. ¿Lo ve?

Y la risa se torna estridente cuando adivino la papeleta que se le viene encima a usted y los que, como usted, hacen o dicen hacer política en esta tierra tan religiosa –fanática y atrasada, si nos atenemos a su planteamiento expuesto en el manifiesto sobre la laicidad–, donde la religiosidad popular es algo tan enraizado en las gentes que las procesiones de Semana Santa, por citar un ejemplo, colapsan por completo centenares de ciudades y pueblos enteros. Jajajaja. Perdón, pero se me hace irresistible. Porque además, el problema para usted no es que a sus paisanos aún les pongan mucho las Cruces y las Vírgenes y el capilleo de corneta y tambor. El problema, bien lo sabe usted, es que todo ese asunto religioso contra el que carga ahora la dirección de su partido, aquí en el sur, supone un suculento manjar del que sacar buena tajada de rentabilidad política. De ahí el desfile de sonrisitas y cumplidos, qué bonita está este año, fulanito, horas antes de cada salida procesional. Flash, flash, flash. Con el Teniente de Alcalde apareciendo a la media hora, con usted lejos de allí ya, para realizar otra visita oficial de las autoridades municipales con el mismo ritual de flashes, sonrisas, cumplidos e hipocresía. Y luego la pose en el palco, con las cámaras de las teles locales colocadas, casualmente claro está, justo en frente de las autoridades; luego, durante el año, las recepciones en el Consistorio a las Juntas de Gobierno, para escuchar con inusitado interés sus peticiones, con flashes, sonrisas y cumplidos de por medio, faltaría más. Muchas molestias tomadas, que digo yo vendrán justificadas por el interés en rascar votos de donde sea. Y en las Cofradías hay unos cuantos, como bien sabe. Así que fíjese qué papeleta. La suya.

A ver qué hace ahora, doña. O coherencia con su partido, o correr un tupido velo de hipocresía para con su gente y seguir con el rollo de alcaldesa devota, fiel a las tradiciones de su pueblo a pesar de que éstas sean cristianas –porque lo cofrade, por más que nos empeñemos, sigue siendo cristiano, excelentísima–. Con ambas se juega el puesto, supongo. Una lástima, alcaldesa, porque con una pizca de sentido común, memoria histórica, inteligencia y buen hacer político, se hubiera ahorrado esta terrible disyuntiva. Porque, por si no lo saben, con esto, como casi con todo, tenemos un claro antecedente en nuestra historia. Hace setenta y un años, una alianza de partidos progresistas –el suyo, entre otros–, ya cometió los errores en los que ahora vuelven a caer ustedes. Era la Segunda República, y un político gordo con gafas, con un pico de oro que aún le sirve para maquillar su mediocridad, lideró una campaña anticlerical considerada por la inmensa mayoría de autores como el mayor error cometido por los republicanos de izquierda. No porque no hicieran bien en buscar una más que razonable y deseable laicidad, sino por confundirla con el laicismo más agresivo y empeñarse en conseguir por las bravas y de manera unilateral lo que se hubiera conseguido –en otros países se hizo así– con el diálogo y la diplomacia con la Iglesia, dirigida entonces por un papa, Pío XI, que se mostró inicialmente dispuesto a realizar concesiones en esa línea –las hizo, de hecho, en un intento por abrir el camino a la negociación y rebajar las cotas de hostilidad–. Pero no. La ignorancia y la incapacidad de unos políticos optaron por el camino más brusco y peligroso, el de la imposición y la confrontación. Y de fondo la creciente hostilidad entre uno y otro sector, católicos y anticlericales, que terminó con los desórdenes de mayo del 31 y con conventos ardiendo por toda España; por supuesto, sin que el gobierno moviera baza hasta que la situación no se hizo insostenible, por el miedo al qué dirán. Y colorín colorado, la historia no acabó ahí. Acabó cinco años después, con unos y otros hinchados de odio y rencor, con el veneno de la guerra civil corriéndole por las venas y el alma. Así que ya ve excelentísima, qué plan.

Ya se lo dije. Me da risa todo esto. Ver cómo, quizás, lo pasa mal ante esta incongruencia; e incluso como la indiferencia –de la mano siempre de la ignorancia– de los cofrades puede librarla del mal trago y seguir toreando la situación con maquiavélica falsedad. Río como nunca he reído, como un majareta, un ido, con la mirada perdida y asustada. De puro miedo. Debería oír esa risa, alcaldesa. Se quedaría helada y sin ganas de reír el resto de su vida.


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