Señora alcaldesa:
Concluía la carta anterior reprochándole
que su partido me hubiera convertido en un lastre para
el avance y progreso del Estado. Lo hacía indignado,
se lo juro. Pero ahora, con semana y media de por medio,
le veo hasta la gracia, excelentísima. Porque
la tiene. Da risa ver que ustedes –precisamente
ustedes, con lo que sus gobiernos han supuesto para
la dignidad política de este país–
han descubierto la solución a los problemas de
esta pobre España, vieja y decrépita.
Ustedes solitos, iluminados por Nosequé –la
Divina Providencia no será, supongo–, han
visto la luz, eureka, y se disponen a dirigir el resto
hacia la luz, más allá de la boca de la
caverna en la que según ustedes España
aún se encuentra por culpa, exclusivamente, de
la religiosidad de su gente. Así que, como comprenderá,
la risa me brota espontánea con este tema. Jajá.
¿Lo ve?
Y la risa se torna estridente cuando adivino la papeleta
que se le viene encima a usted y los que, como usted,
hacen o dicen hacer política en esta tierra tan
religiosa –fanática y atrasada, si nos
atenemos a su planteamiento expuesto en el manifiesto
sobre la laicidad–, donde la religiosidad popular
es algo tan enraizado en las gentes que las procesiones
de Semana Santa, por citar un ejemplo, colapsan por
completo centenares de ciudades y pueblos enteros. Jajajaja.
Perdón, pero se me hace irresistible. Porque
además, el problema para usted no es que a sus
paisanos aún les pongan mucho las Cruces y las
Vírgenes y el capilleo de corneta y tambor. El
problema, bien lo sabe usted, es que todo ese asunto
religioso contra el que carga ahora la dirección
de su partido, aquí en el sur, supone un suculento
manjar del que sacar buena tajada de rentabilidad política.
De ahí el desfile de sonrisitas y cumplidos,
qué bonita está este año, fulanito,
horas antes de cada salida procesional. Flash, flash,
flash. Con el Teniente de Alcalde apareciendo a la media
hora, con usted lejos de allí ya, para realizar
otra visita oficial de las autoridades municipales con
el mismo ritual de flashes, sonrisas, cumplidos e hipocresía.
Y luego la pose en el palco, con las cámaras
de las teles locales colocadas, casualmente claro está,
justo en frente de las autoridades; luego, durante el
año, las recepciones en el Consistorio a las
Juntas de Gobierno, para escuchar con inusitado interés
sus peticiones, con flashes, sonrisas y cumplidos de
por medio, faltaría más. Muchas molestias
tomadas, que digo yo vendrán justificadas por
el interés en rascar votos de donde sea. Y en
las Cofradías hay unos cuantos, como bien sabe.
Así que fíjese qué papeleta. La
suya.
A ver qué hace ahora, doña. O coherencia
con su partido, o correr un tupido velo de hipocresía
para con su gente y seguir con el rollo de alcaldesa
devota, fiel a las tradiciones de su pueblo a pesar
de que éstas sean cristianas –porque lo
cofrade, por más que nos empeñemos, sigue
siendo cristiano, excelentísima–. Con ambas
se juega el puesto, supongo. Una lástima, alcaldesa,
porque con una pizca de sentido común, memoria
histórica, inteligencia y buen hacer político,
se hubiera ahorrado esta terrible disyuntiva. Porque,
por si no lo saben, con esto, como casi con todo, tenemos
un claro antecedente en nuestra historia. Hace setenta
y un años, una alianza de partidos progresistas
–el suyo, entre otros–, ya cometió
los errores en los que ahora vuelven a caer ustedes.
Era la Segunda República, y un político
gordo con gafas, con un pico de oro que aún le
sirve para maquillar su mediocridad, lideró una
campaña anticlerical considerada por la inmensa
mayoría de autores como el mayor error cometido
por los republicanos de izquierda. No porque no hicieran
bien en buscar una más que razonable y deseable
laicidad, sino por confundirla con el laicismo más
agresivo y empeñarse en conseguir por las bravas
y de manera unilateral lo que se hubiera conseguido
–en otros países se hizo así–
con el diálogo y la diplomacia con la Iglesia,
dirigida entonces por un papa, Pío XI, que se
mostró inicialmente dispuesto a realizar concesiones
en esa línea –las hizo, de hecho, en un
intento por abrir el camino a la negociación
y rebajar las cotas de hostilidad–. Pero no. La
ignorancia y la incapacidad de unos políticos
optaron por el camino más brusco y peligroso,
el de la imposición y la confrontación.
Y de fondo la creciente hostilidad entre uno y otro
sector, católicos y anticlericales, que terminó
con los desórdenes de mayo del 31 y con conventos
ardiendo por toda España; por supuesto, sin que
el gobierno moviera baza hasta que la situación
no se hizo insostenible, por el miedo al qué
dirán. Y colorín colorado, la historia
no acabó ahí. Acabó cinco años
después, con unos y otros hinchados de odio y
rencor, con el veneno de la guerra civil corriéndole
por las venas y el alma. Así que ya ve excelentísima,
qué plan.
Ya se lo dije. Me da risa todo esto. Ver cómo,
quizás, lo pasa mal ante esta incongruencia;
e incluso como la indiferencia –de la mano siempre
de la ignorancia– de los cofrades puede librarla
del mal trago y seguir toreando la situación
con maquiavélica falsedad. Río como nunca
he reído, como un majareta, un ido, con la mirada
perdida y asustada. De puro miedo. Debería oír
esa risa, alcaldesa. Se quedaría helada y sin
ganas de reír el resto de su vida.