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Carta abierta a la alcaldesa (I)
José Antonio Dominguez Mateos

Señora alcaldesa:

Soy jerezano, estudiante y currante a la vez, buen ciudadano, responsable, joven –veintiséis otoños que calzo y visto–, hijo y nieto de obreros y educado por ellos en un ambiente progresista y socialdemocrático. El neoliberalismo me repele tanto o más que el liberalismo, y el ideario político, social y económico de la derecha es algo absolutamente opuesto a mis principios (y mis intereses). Supongo que todo eso me convierte potencialmente en votante de su filiación política. Pero no sé, oiga. Después de algún tiempo, mucho, dándole vueltas al asunto, no sé si realmente su partido es el que mejor se ajusta a mis pretensiones. Y léame bien. He dicho que su partido es el que no se ajusta, de un tiempo a esta parte –más tiempo del que yo hubiera deseado–, a mi filia por las izquierdas.

Soy católico. Pero católico de esos que además de cometer la osadía de estar bautizados, encima cometen la imprudencia de mantener viva su fe. O sea, que la profeso intentando cumplir con los preceptos marcados por mi Iglesia –que no es lo mismo exactamente que cumplirlos todos; muchas veces quedo en el intento–, día a día, incluso en público cuando se tercia. Porque soy cofrade, además. Sí. Ya sabe, pasos en la calle y tal. Pasos. Esas cosas grandes frente a las que usted acostumbra a fotografiarse por la prensa cada mañana de procesiones. Usted, con cara de devota interesada, flash, flash flash. Y un ramito de flores para esos señores enchaquetados, capillitas los llama su secretaria, que sonríen continuamente y se afanan con entusiasmo en que a usted no se le escape un detalle de lo que tiene ante sus ojos. Seguro que ya sabe de qué le hablo. Cada día de la Semana Santa se dedica a visitar a las que luego procesionan, intentando hacerlo antes que el teniente alcalde –también muy devoto, el tío– para que no le coja la vez; así que no tiene más remedio que saber de lo que le hablo.

Pues bien. Yo soy cofrade, de esos que llevan la chaqueta y rodean el paso cuando va usted; si hace memoria lo mismo hasta me recuerda: alto, gordo, algo canoso pese a mis pocos años y serio, muy serio, sin sonreír. Yo no le sonrío a usted porque maldita la gracia que usted o cualquier otro político me hace. Pero da igual, no importa que no se acuerde de mí, porque yo sí me acuerdo de usted. La cosa es que el hecho de ser cofrade, católico por tanto, me pone en oposición con el ideario político que abandera su formación, a pesar de todo lo que me señalaba, a priori, como un votante en potencia de la misma. Ha habido otras cosas que me iban conduciendo al desencanto por su partido político a lo largo de muchos años. Los casos flagrantes de corrupción cuando estuvieron en el poder estatal anteriormente, las barbaridades cometidas por sus ministros y sufridas por mí en carne y hueso con la LOGSE, las constantes paridas vomitadas por los políticos en los medios de comunicación, con total ausencia de escrúpulos, la Universidad que me fue proporcionando las armas oportunas –Historia, memoria y cultura– para zafarme de la estupidez y la manipulación política, etcétera, fueron cercenando poco a poco la esperanza que desde pequeño me enseñaron a depositar sobre esas cuatro siglas. Pero bueno. En realidad mi escepticismo hacia la dignidad y capacidad de los políticos de este país siempre fue un consuelo, pensando así que lo mismo hubieran hecho los otros en su lugar (y mucho no me equivoqué, cuando tomaron el relevo los colegas de la gaviota). En el fondo, supongo, seguía atento al devenir de su partido porque intuía que en él me iban mis intereses. Seguía, después de todo, vinculado en algún modo a ustedes, guardándoles una pizca de fiel e ingenua simpatía.

Paradójicamente han sido ustedes, con una nueva vuelta de tuerca a la estupidez más supina, los que han terminado por apartarse de mi posicionamiento. Tal y como lo oyen. Ha sido su partido el que ha desviado su rumbo y no yo. Yo sigo siendo de izquierdas, y ustedes, en cambio, ya ven. Además de podridos por las corrupciones del pasado, zarandeados por las fortísimas disensiones internas, con una alianza contranatura con el nacionalismo más irracional, además, enroscados ahora en torno al anticlericalismo como solución definitiva e insalvable para el progreso y el desarrollo del país. Eso significa, digo yo, que yo como creyente soy un lastre para la sociedad. O al menos para la ustedes y la sociedad que ustedes entienden. Si es que, después de todo, son capaces de entender algo.

Continuará...


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