Señora alcaldesa:
Soy jerezano, estudiante y currante a la vez, buen
ciudadano, responsable, joven –veintiséis
otoños que calzo y visto–, hijo y nieto
de obreros y educado por ellos en un ambiente progresista
y socialdemocrático. El neoliberalismo me repele
tanto o más que el liberalismo, y el ideario
político, social y económico de la derecha
es algo absolutamente opuesto a mis principios (y mis
intereses). Supongo que todo eso me convierte potencialmente
en votante de su filiación política. Pero
no sé, oiga. Después de algún tiempo,
mucho, dándole vueltas al asunto, no sé
si realmente su partido es el que mejor se ajusta a
mis pretensiones. Y léame bien. He dicho que
su partido es el que no se ajusta, de un tiempo a esta
parte –más tiempo del que yo hubiera deseado–,
a mi filia por las izquierdas.
Soy católico. Pero católico de esos que
además de cometer la osadía de estar bautizados,
encima cometen la imprudencia de mantener viva su fe.
O sea, que la profeso intentando cumplir con los preceptos
marcados por mi Iglesia –que no es lo mismo exactamente
que cumplirlos todos; muchas veces quedo en el intento–,
día a día, incluso en público cuando
se tercia. Porque soy cofrade, además. Sí.
Ya sabe, pasos en la calle y tal. Pasos. Esas cosas
grandes frente a las que usted acostumbra a fotografiarse
por la prensa cada mañana de procesiones. Usted,
con cara de devota interesada, flash, flash flash. Y
un ramito de flores para esos señores enchaquetados,
capillitas los llama su secretaria, que sonríen
continuamente y se afanan con entusiasmo en que a usted
no se le escape un detalle de lo que tiene ante sus
ojos. Seguro que ya sabe de qué le hablo. Cada
día de la Semana Santa se dedica a visitar a
las que luego procesionan, intentando hacerlo antes
que el teniente alcalde –también muy devoto,
el tío– para que no le coja la vez; así
que no tiene más remedio que saber de lo que
le hablo.
Pues bien. Yo soy cofrade, de esos que llevan la chaqueta
y rodean el paso cuando va usted; si hace memoria lo
mismo hasta me recuerda: alto, gordo, algo canoso pese
a mis pocos años y serio, muy serio, sin sonreír.
Yo no le sonrío a usted porque maldita la gracia
que usted o cualquier otro político me hace.
Pero da igual, no importa que no se acuerde de mí,
porque yo sí me acuerdo de usted. La cosa es
que el hecho de ser cofrade, católico por tanto,
me pone en oposición con el ideario político
que abandera su formación, a pesar de todo lo
que me señalaba, a priori, como un votante en
potencia de la misma. Ha habido otras cosas que me iban
conduciendo al desencanto por su partido político
a lo largo de muchos años. Los casos flagrantes
de corrupción cuando estuvieron en el poder estatal
anteriormente, las barbaridades cometidas por sus ministros
y sufridas por mí en carne y hueso con la LOGSE,
las constantes paridas vomitadas por los políticos
en los medios de comunicación, con total ausencia
de escrúpulos, la Universidad que me fue proporcionando
las armas oportunas –Historia, memoria y cultura–
para zafarme de la estupidez y la manipulación
política, etcétera, fueron cercenando
poco a poco la esperanza que desde pequeño me
enseñaron a depositar sobre esas cuatro siglas.
Pero bueno. En realidad mi escepticismo hacia la dignidad
y capacidad de los políticos de este país
siempre fue un consuelo, pensando así que lo
mismo hubieran hecho los otros en su lugar (y mucho
no me equivoqué, cuando tomaron el relevo los
colegas de la gaviota). En el fondo, supongo, seguía
atento al devenir de su partido porque intuía
que en él me iban mis intereses. Seguía,
después de todo, vinculado en algún modo
a ustedes, guardándoles una pizca de fiel e ingenua
simpatía.
Paradójicamente han sido ustedes, con una nueva
vuelta de tuerca a la estupidez más supina, los
que han terminado por apartarse de mi posicionamiento.
Tal y como lo oyen. Ha sido su partido el que ha desviado
su rumbo y no yo. Yo sigo siendo de izquierdas, y ustedes,
en cambio, ya ven. Además de podridos por las
corrupciones del pasado, zarandeados por las fortísimas
disensiones internas, con una alianza contranatura con
el nacionalismo más irracional, además,
enroscados ahora en torno al anticlericalismo como solución
definitiva e insalvable para el progreso y el desarrollo
del país. Eso significa, digo yo, que yo como
creyente soy un lastre para la sociedad. O al menos
para la ustedes y la sociedad que ustedes entienden.
Si es que, después de todo, son capaces de entender
algo.
Continuará...