Revisando mi baúl de los recuerdos –en
mi caso una vieja caja de zapatos que guardo encima
del armario–, topé con una vieja cinta
de audio, de ésas que ya nadie escucha y tienen
grabadas en sus cachas las palabras ferro o cromo, además
de dos pegatinas en las que se identificaba el contenido
de la grabación. En las de ésta se leía
“Semana Santa Jerez, 1998”, y surgió
mi curiosidad por redescubrir su contenido. Al fin y
al cabo casi diez años de vida conferían
a aquella grabación cierto puntito histórico.
Al menos en la Historia de mi vivencia cofradiera. Ha
llovido mucho desde aquél año. La Carrera
Oficial aún comenzaba en la recordada Rotonda
de los Casinos; casi nadie sabía lo que era una
Procesión Magna; monseñor Bellido Caro
seguía rigiendo los destinos de esta diócesis,
con no pocas diferencias con los cofrades; nada podíamos
sospechar acerca de la creación de nuevas cofradías
y mucho menos de la inmediata incorporación a
la Carrera Oficial de cuatro de ellas. Por su parte,
la costalería experimentaba por aquellos años
una espectacular transformación, calando de una
manera extraordinaria entre los sectores más
jóvenes de la ciudad que hicieron de las cuadrillas
algo más que un número cerrado de personas
que se meten bajo un paso, dando lugar a toda una nueva
terminología del oficio en Jerez, con palabras
como relevo, auxiliar, capataz de cofradía o
afición, aunque no por ello se abandonara la
idea apocalíptica y sempiterna de que atravesamos
una crisis de costaleros. Incluso un servidor, con menos
canas y menos kilos, levantaba por primera vez los faldones
de un paso para pertenecer desde entonces y hasta que
Dios quiera, al oficio más bonito del mundo.
Total, que cogí la cinta y la metí en
un reproductor de casetes de esos, y le di al play.
La grabación no tenía buena calidad. Por
los años, me dije. Aun así, se dejaba
identificar una emisión en directo de Onda Jerez:
salida del paso de misterio de la Sagrada Cena. Subí
el volumen. Antonio Montero y Andrés Cañada
comenzaban a describir el avance del flamante paso de
misterio hacia el dintel de la puerta y tras el bullicio
que estalló tras la interpretación el
himno por la recordada Agrupación Musical de
Santa Marta de la Algaba, sonaron los acordes de una
marcha. Oído a lo que se manda, costero de frente,
sobre los pies. Emilio, me dije al oír aquello.
El inmenso Emilio de siempre. El mejor patero que jamás
ha tenido un paso de misterio en esta ciudad. A cada
cambio que ordenaba, misterio, música y cuadrilla
lograban arrancar un aplauso al público que debía
abarrotar –la abarrotaba, porque ahora recuerdo
el momento como si lo hubiera vivido ayer mismo–
la plaza de San Marcos. La voz sonaba serena, seria,
sin florituras ni adornos, precisa como los cambios
que ordenaba. Costero, izquierdo, costero. Oído
a lo que se manda. Enamorando con sus buenas maneras
a todo el afortunado que pudo hacerse un hueco aquella
tarde de Lunes Santo en la plaza de San Marcos. Afortunados
como yo, que ,tras la robusta espalda de Cañadas,
aprovechando mi mayor altura, cangrejeaba delante de
aquella manigueta derecha del paso, con la mirada clavada
en el que ahora es mi Cristo y con el oído puesto
en esa voz que manaba de aquella esquina del paso. Qué
suerte poder estar ahí debajo, pensé aquella
tarde. Un día yo estaré, me dije, a modo
de autopromesa, mientras sonaba de fondo Veracruz y
Emilio ponía bocabajo aquella plaza. Ahora me
alegro de que haya aparecido esa cinta, porque ha sido
revivir la tarde más bonita que he vivido fuera
de un paso. Quizás porque fue la última
que viví fuera de aquél paso.
Ahora ya nada es igual. No digo que sea peor ni mejor,
sino distinto. Emilio se ha retirado –suerte tuve
de haber aprendido de él todo lo que me dio tiempo
en estos 9 años junto a él–, la
banda se disolvió y aquél niño
que cangrejeaba en la delantera del paso, se hizo costalero
de aquél y otros pasos. Bien pensado sólo
Cañadas y su micro siguen estando ahí,
tal y como estaban en la estampa que ahora verdea en
mi mente. Por eso quise contarles todo esto. Por si
acaso la cinta se va al garete con las humedades del
invierno o en una de las veces que la ponga para revivir
aquella magnífica tarde de Lunes Santo y mi despiste
y mi mala memoria me hacen la faena de eliminar ese
hermoso momento. Para que alguien pueda recordarme lo
hermoso que fue enamorarme de aquél Cristo y
aquella cuadrilla.