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Sonidos del pasado
José Antonio Dominguez Mateos

Revisando mi baúl de los recuerdos –en mi caso una vieja caja de zapatos que guardo encima del armario–, topé con una vieja cinta de audio, de ésas que ya nadie escucha y tienen grabadas en sus cachas las palabras ferro o cromo, además de dos pegatinas en las que se identificaba el contenido de la grabación. En las de ésta se leía “Semana Santa Jerez, 1998”, y surgió mi curiosidad por redescubrir su contenido. Al fin y al cabo casi diez años de vida conferían a aquella grabación cierto puntito histórico. Al menos en la Historia de mi vivencia cofradiera. Ha llovido mucho desde aquél año. La Carrera Oficial aún comenzaba en la recordada Rotonda de los Casinos; casi nadie sabía lo que era una Procesión Magna; monseñor Bellido Caro seguía rigiendo los destinos de esta diócesis, con no pocas diferencias con los cofrades; nada podíamos sospechar acerca de la creación de nuevas cofradías y mucho menos de la inmediata incorporación a la Carrera Oficial de cuatro de ellas. Por su parte, la costalería experimentaba por aquellos años una espectacular transformación, calando de una manera extraordinaria entre los sectores más jóvenes de la ciudad que hicieron de las cuadrillas algo más que un número cerrado de personas que se meten bajo un paso, dando lugar a toda una nueva terminología del oficio en Jerez, con palabras como relevo, auxiliar, capataz de cofradía o afición, aunque no por ello se abandonara la idea apocalíptica y sempiterna de que atravesamos una crisis de costaleros. Incluso un servidor, con menos canas y menos kilos, levantaba por primera vez los faldones de un paso para pertenecer desde entonces y hasta que Dios quiera, al oficio más bonito del mundo.

Total, que cogí la cinta y la metí en un reproductor de casetes de esos, y le di al play. La grabación no tenía buena calidad. Por los años, me dije. Aun así, se dejaba identificar una emisión en directo de Onda Jerez: salida del paso de misterio de la Sagrada Cena. Subí el volumen. Antonio Montero y Andrés Cañada comenzaban a describir el avance del flamante paso de misterio hacia el dintel de la puerta y tras el bullicio que estalló tras la interpretación el himno por la recordada Agrupación Musical de Santa Marta de la Algaba, sonaron los acordes de una marcha. Oído a lo que se manda, costero de frente, sobre los pies. Emilio, me dije al oír aquello. El inmenso Emilio de siempre. El mejor patero que jamás ha tenido un paso de misterio en esta ciudad. A cada cambio que ordenaba, misterio, música y cuadrilla lograban arrancar un aplauso al público que debía abarrotar –la abarrotaba, porque ahora recuerdo el momento como si lo hubiera vivido ayer mismo– la plaza de San Marcos. La voz sonaba serena, seria, sin florituras ni adornos, precisa como los cambios que ordenaba. Costero, izquierdo, costero. Oído a lo que se manda. Enamorando con sus buenas maneras a todo el afortunado que pudo hacerse un hueco aquella tarde de Lunes Santo en la plaza de San Marcos. Afortunados como yo, que ,tras la robusta espalda de Cañadas, aprovechando mi mayor altura, cangrejeaba delante de aquella manigueta derecha del paso, con la mirada clavada en el que ahora es mi Cristo y con el oído puesto en esa voz que manaba de aquella esquina del paso. Qué suerte poder estar ahí debajo, pensé aquella tarde. Un día yo estaré, me dije, a modo de autopromesa, mientras sonaba de fondo Veracruz y Emilio ponía bocabajo aquella plaza. Ahora me alegro de que haya aparecido esa cinta, porque ha sido revivir la tarde más bonita que he vivido fuera de un paso. Quizás porque fue la última que viví fuera de aquél paso.

Ahora ya nada es igual. No digo que sea peor ni mejor, sino distinto. Emilio se ha retirado –suerte tuve de haber aprendido de él todo lo que me dio tiempo en estos 9 años junto a él–, la banda se disolvió y aquél niño que cangrejeaba en la delantera del paso, se hizo costalero de aquél y otros pasos. Bien pensado sólo Cañadas y su micro siguen estando ahí, tal y como estaban en la estampa que ahora verdea en mi mente. Por eso quise contarles todo esto. Por si acaso la cinta se va al garete con las humedades del invierno o en una de las veces que la ponga para revivir aquella magnífica tarde de Lunes Santo y mi despiste y mi mala memoria me hacen la faena de eliminar ese hermoso momento. Para que alguien pueda recordarme lo hermoso que fue enamorarme de aquél Cristo y aquella cuadrilla.


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