Hijo de otro de su mismo nombre
y nieto de Domingo Gonzalo de Herrera y María
Gonzalo, pobladores primeros de Jerez con el repartimiento
en la feligresía de San Juan, es uno de los
más insignes e ilustres caballeros jerezanos
indudablemente. Si la historia no presentara un cúmulo
de nombres y de hechos tan suficientes para enaltecer
su memoria, bastaría el de Diego Fernández
de Herrera para poder presentar con él un gran
título de gloria.
Corría el año 1339,
reinando en Castilla Alfonso XI, cuando un ejército
muy poderoso de moros africanos se presentó
ante los muros de Jerez, acaudillados por Abú-Malik
a quien los historiadores han llamado el Infante tuerto
Abomelique Picazo, hijo del Emperador reinante en
Marruecos. Este Infante tuerto era de sobra conocido,
príncipe temible y además contaba con
un esforzado y numeroso ejército.
La ciudad de Jerez abandonada a
sus solas fuerzas comenzó a resistir el empuje
del sitiador con esfuerzo que en otros lances análogos
habían ya demostrado sus caballeros. Pero la
mortandad de estos se fue haciendo considerable: el
invierno se echaba encima, los víveres escaseaban
y el hambre entre la población estaba dejando
huella. Abú-Malik no cesaba en sus continuos
asaltos y la ciudad de Jerez sin esperanza de socorro
contaba su derrota como inevitable.
Diego Fernández de Herrera
propuso entonces a la población un ataque desesperado
sobre el campamento morisco y se ofreció a
marchar sólo y en persona para acabar con el
caudillo contrario. Había estado largo tiempo
en África cautivo en rehenes de su padre y
poseía perfectamente el árabe y conocía
los usos y las costumbres de los contrarios. Se vistió
pues en traje de moro, y saliendo de noche camino
del Badalejo, se internó entre sus enemigos
muy próximo a la tienda de Abú-Malik.
Cerca del amanecer y como ya estaba convenido, los
de Jerez salieron de la ciudad y acercándose
al campamento lo atacaron con gran estrépito
de trompas, de tambores y de gritería. Abú-Malik,
al estruendo salió precipitado de su tienda
pidiendo sus armas y su caballo, y Herrera que lo
esperaba, se dirigió ante él, y dándole
una certera lanzada lo dejó tendido en el suelo
cadáver. En medio de la confusión enemiga
y espoleados por la muerte del caudillo moro, el ataque
de los jerezanos aumentó y muy pronto en desbandada
salió el ejército moro huyendo en triste
derrota.
Diego Fernández Herrera
después de su arrojado intento, tuvo que sostener
una feroz lucha para escapar de sus adversarios: los
testigos de su hecho dieron al punto sobre él.
Herrera se defendió con brazo fuerte, y rompiendo
con esfuerzo las masas contrarias logró escapar
hasta la ciudad. Su cuerpo, sin embargo, fue todo
cubierto de heridas y pocos días después
del suceso, murió.
Tal fue el heroico hecho de este
invicto jerezano que justamente quedó recompensado
con el título de libertador del pueblo jerezano
con que ha sido conservada su memoria.
Su cuerpo fue enterrado con gran
pompa, habiéndose luego dudado largamente sobre
el lugar de su sepultura, que se lo disputaron en
Jerez las Iglesias de San Marcos, San Mateo y San
Dionisio.
En 1782 haciéndose las primeras
excavaciones en San Marcos se halló un cadáver
vestido a la usanza de la época y parece que
por el lugar, fecha y señas se creyó
fuese el de Diego Fernández de Herrera. Se
halló de la misma forma una lápida en
la misma Iglesia que declaraba allí el entierro
y en la cuál se leía: "Aquí
yace el magnífico y muy noble y esforzado caballero
gran libertador de su patria Xerez, Diego Fernández
de Herrera, que mató al Infante tuerto, y a
costa de su vida la libró de su gran poder
en el año de 1339".
La ciudad para perpetuar la memoria
de este ilustre caballero jerezano, hizo luego pintar
el suceso sobre los muros de la ciudad pero pese a
que aún en 1676 esta pintura subsistía,
no hubo pese al principio de acuerdo determinación
final de renovarla.
En la actualidad hay una calle
dedicada a este valiente caballero jerezano.